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La falda es el reflejo del alma, ondea entre las olas.
El ser se convierte en gota de agua, la orilla del océano.
El cuerpo se vuelve polvo, la falda el círculo
El corazón se hace visible, la falda es su templo.
El movimiento de la falda recuerda el oleaje de las olas contra las rocas, las inmensidades del agua como la arena, el galope de los caballos salvajes.
Cada recuerdo se aloja en cada uno de los ondulados pliegues de la falda.
Su sensación revela el cuerpo, lo cobija y lo suspende en el tiempo, dándole forma, fuerza y ​​anclaje.
Su fluidez hipnotiza y da vida a su propio aliento mezclándose con el del bailarín.
El bailarín se convierte, a través de la presencia de la falda, en el movimiento de su alma y se revela a sí mismo y a los demás.
La bailarina se convierte en una esfera celeste en movimiento, envuelta y abrazada por el tejido fluido de la falda.
Cada color es un viaje sensorial específico y personal. El color cambia la experiencia y la estética.